Ahora que finaliza el año, no estaría mal evaluar nuestras actitudes y comportamientos; aquellos que en el fragor de la batalla te hicieron perder los nervios, y hasta la compostura, mostrando tu imagen más deplorable, con la obcecación de la pasión y la pérdida del raciocinio. Nunca es tarde si la dicha es buena.

Las palabras tienen el efecto de los cuchillos clavados en la piel; estas cortan más que los propios cuchillos, perforan la piel y rasgan el alma. En esos momentos, ya no sirve pedir “perdón”; ya no sirve arrepentirse de lo dicho; ya no sirve la justificación del momento o lugar… el daño ya está hecho y es difícil -cuando no imposible- olvidar.

Una vez te agreden, perdonas; dos veces, olvidas; tres veces, intentas no interpretar el sentido de las palabras; la cuarta vez, te hace meditar; la quinta vez, te dura el enfado varios días; la sexta vez, el dolor se incrementa; la séptima vez, la octava y la novena, estallas. Al llegar a la décima vez… estás tan herido que ya nada te hace daño. 

Y solo piensas en morir… física e intelectual o profesionalmente… Y nada puede borrar el cuchillo asesino de las palabras.

En la madurez, al recibir la agresión, no contestas lanzando otro cuchillo… En la madurez, ya no gritas poniéndote a la altura del agresor… ahí muestras tranquilidad y sosiego y dices: “ya te darás cuenta, la vida -siendo corta- es larga”.

@jcmjulian

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