Cuando la velocidad de los acontecimientos supera la capacidad de asimilación, estamos ante hechos históricos; si bien, como decía Montesquieu: “Feliz el pueblo cuya historia se lee con aburrimiento”. Y últimamente no nos estamos aburriendo con tan solo unas semanas que lleva en el cargo el nuevo inquilino de la Casa Blanca.
El hito lo marcó la encerrona al presidente Zelensky, el pasado día 28 de febrero en el despacho oval, en la que le sometieron a un tercer grado entre el presidente de los EE. UU. y su vicepresidente, saltándose las más elementales reglas, no ya solo de la diplomacia, sino de la decencia y de la cortesía que se les suponen a las personas que ocupan esas responsabilidades. En la opinión pública, de ambos lados del Atlántico, ha sido clamoroso el rechazo a esa actuación, que ha generado amplias corrientes de empatía hacia el mandatario ucraniano o a lo que representa.
Es evidente que Trump no está decepcionando al mandatario ruso, para quien pide una relajación de las sanciones internacionales, mientras trata de aproximarse a sus deseos sobre Ucrania y a otros temas que ya se sabrán. Entendemos que, para Trump, Ucrania es una pieza de caza por sacrificar a cambio de cobrarse piezas mayores. En cuanto a Putin, él quiere una Ucrania desmembrada y Trump le quiere sustraer los recursos naturales. Un buen acuerdo para ambos.
Pero la UE más Gran Bretaña han llamado a rebato para salvar a Ucrania, ante el abandono de los EE. UU. Abandono quizá posible también de la OTAN, en el próximo futuro, por parte los EE. UU., lo que desembocaría en la disolución de lo que la Alianza Atlántica ha sido desde su fundación. Se entraría en un ámbito desconocido (otro más), es decir, en la creación de nuevas alianzas en términos económicos y militares de la UE con otros países, excluyendo ya al gigante americano.
Hoy por hoy nadie quiere una confrontación militar directa con Rusia, lo que de facto supondría la III Guerra Mundial, sino encontrar una solución para Ucrania y evitar que Putin pudiera invadir otros países europeos limítrofes. Para Rusia, la guerra en Ucrania está siendo de baja intensidad, como no queriendo lastimar demasiado al país “hermano”, a la espera de llegar a un armisticio.
Así la cosas, una victoria militar por mucha ayuda que reciba Ucrania, no parece probable. La cesión a Moscú de los terrenos conquistados para llegar a acuerdos de paz se ve como la más próxima y viable. Continuar con la ayuda militar y económica a Ucrania podría suponer un coste excesivo en vidas y en recursos, ¿hasta cuándo? Y, por último, un cambio de liderazgo en el Kremlin con otras ideas. Estas serían algunas de las probables alternativas para salir del lodazal en el que se ha convertido esta guerra europea contemporánea.
Como todas las guerras, esta es debida a la ambición desmedida de unos mandatarios a quienes no les importan las vidas de sus congéneres. Guerra que llegará a su fin, como todas las anteriores y, como en todas, cabrá preguntarse si no se podría haber llegado a un acuerdo como al que se llegará para ponerle fin, sin tantas pérdidas humanas, tantas penurias y tanto destrozo. Pero también es verdad que, si se permite que un país agreda a otro para dirimir disputas político-territoriales, entraríamos en un terreno muy peligroso de consecuencias imprevisibles.
Casimiro Pastor