Da la impresión de que estamos de nuevo inmersos en esa terrible disyuntiva: “cañones o mantequilla”, atribuida a William Jennings Bryan (1860-1925), es decir, plantearse si dedicar más presupuesto público a armamento a costa de la atención social o viceversa. A mediados de enero el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, pidió a los aliados europeos que invirtieran en Defensa “una pequeña fracción” de lo que dedican a pensiones, sanidad o seguridad social, para garantizar la seguridad de las futuras generaciones. El presidente de los EE. UU., Donald Trump ya ha manifestado abiertamente que los países europeos deben subir su gasto en Defensa del 2% (no alcanzado aún por España) al 5%.

La Gran Guerra, como se llamó a la de 1914 a 1918, estalló por el asesinato del heredero a la corona del Imperio austrohúngaro, el archiduque Francisco Fernando de Austria, y de su esposa, la duquesa Sofía Chotek, en Sarajevo. Pero eso solo fue la chispa. La mecha estaba ya dispuesta por el rearme de las naciones; es decir, cada nación se enteraba de que las otras estaban aumentando sus gastos en Defensa y hacía lo propio. «Nosotros no queremos la guerra, pero conviene estar preparados por si acaso». Eso lo decían todas las naciones, mientras la industria de armamento hacía caja a costa del gasto social.

La invasión de Ucrania por Rusia, el 24 de febrero de 2022, supuso una patada al tablero de la partida de ajedrez que juegan continuamente los estrategas geopolíticos a escala global: la OTAN con su expansión hacia países de la antigua URSS y Rusia reclamando su derecho a que no le pongan armamento de la Alianza Atlántica en su patio trasero, amén de intereses comerciales para la salida de su gas por los gasoductos que llegan al Mar Negro a través de la península de Crimea.

Naturalmente, los países limítrofes con Rusia ya están aumentando y mucho su gasto defensivo, nuevos países se han adherido rápidamente a la OTAN y, en resumen, ya estamos en la carrera armamentística como en los años previos a la Gran Guerra. Solo faltaba que en los EE. UU. llegara un presidente como Trump, con China en el horizonte reclamando su derecho sobre Taiwán, para que nos vayamos aproximando a la tormenta perfecta.

Hacen falta políticos de altura para templar los ánimos, ciudadanía de altura para votar con la cabeza fría y mucho sentido común, para darse cuenta de dónde estamos y adónde queremos verdaderamente ir. De ahí se sacarán las mejores conclusiones en la disyuntiva de si gastar más en cañones o más en mantequilla.

Casimiro Pastor

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