Reza una antigua canción irlandesa que “por un clavo se perdió una herradura; por una herradura, un caballo; por un caballo, una batalla y por una batalla, el Reino”, en alusión a que todo tiene importancia. A veces mucho más de lo que puede parecer.

Cuando en 2014 Rusia empezó con ciertas escaramuzas bélicas para, al final, liarla y hacerse con la península ucraniana de Crimea, no hubo reacciones en la UE, los EEUU o la OTAN o al menos no llegaron a la opinión pública. Así que visto lo visto, en febrero de 2022 lanzaron su ataque a Ucrania para poner un gobierno títere en lo que se preveía un «paseo militar». Y resultó que no. 

Lo que sí resultó fue una patada al tablero de ajedrez de las fronteras reconocidas desde el desmembramiento de la URSS y el inicio de una larga guerra de desgaste, sobre todo del país invadido, en lo que ya parece el ensayo previo hacia algo mucho mas gordo. 

Las recientes incursiones aéreas de las FFAA rusas, presumibilmente, sobre territorio OTAN están poniendo a prueba el aguante de los socios occidentales. Y parece que el tema está alcanzando niveles prebélicos a gran escala, pues en el momento en el que sea derribado algún avión militar ruso que vuele sobre territorio OTAN, la tensión puede escalar. ¿Será eso lo que pretende Rusia?

Lo que parece muy claro es que la carrera armamentista a la que nos obliga el «socio» americano y el «antisocio» ruso ya sabemos adónde nos conduce por las lecciones que nos ha dado el siglo pasado. Ahora bien, ¿llegamos a aprender esas lecciones? O si las aprendimos, ¿las hemos olvidado?

Casimiro Pastor 

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