Normalmente, cuando nos referimos al PIB (producto interior bruto) estamosplanteando una medida de desarrollo y del bienestar de un país. Es, por tanto, un concepto de renta.

Se trata de un método para medir la producción. Lo de “interior” hace referencia a quese mide aquello que se produce dentro de la frontera de un país. No interesa lo queproducen los nacionales del país fuera de la misma, pero sí interesa aquello queproducen los extranjeros dentro del país. Es decir, viene determinado en mayor medida por el lugar de la residencia, no por la nacionalidad.

Ahora bien, ¿existe el PIB de la felicidad, del bienestar? ¿Se tiene en cuenta las desigualdades? Me hago eco del informe de una comisión liderada por el Premio Nobelde Economía Joseph Stiglitz, encargada en 2008 por el que fuera Presidente de FranciaNicolás Sarkozy. En sus conclusiones advierte que las estadísticas no sirven para capturarfenómenos con un impacto cada vez mayor en el bienestar del ciudadano. Por ejemplo, los atascos de tráfico pueden incrementar el PIB como resultado de un mayor consumo de gasolina, pero no contribuyen a mejorar ni la calidad de vida ni del aire.

No es el único defensor de la idea, desde hace muchos años el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) propugna alternativas sólidas al uso del PIB “percápita” como medida del bienestar humano. Ampliar las estadísticas económicas comotambién defiende The Economist.

Bután, diminuto país, ya lo está haciendo.

Así que, no ha de producirnos extrañeza cuando solo un tercio de los ciudadanos de Francia y R. Unido confía en las cifras oficiales. Y no son los únicos, tomo de referencia a estos dos países por ser potencias económicas.

Ya en 1968, el senador Robert Kennedy lanzó el siguiente alegato: “El PIB no tiene en cuenta la salud de nuestros niños, la calidad de la educación o el gozo que experimentan cuando juegan. No incluye la belleza de nuestra poesía ni la fuerza de nuestros matrimonios, la inteligencia del debate público o la integridad de nuestros funcionarios. No mide nuestro coraje, ni nuestra sabiduría, ni la devoción a nuestro país”

Si tuviéramos la ocurrencia de lanzar una pregunta a los ciudadanos de los países másricos si son felices, habría muchas posibilidades de que la respuesta resultara negativa.

Un ejemplo sencillo. Imaginemos un país gran productor de petróleo, cuyo PIB es muy elevado gracias al sector petrolero y que su economía no tenga repercusión directa en sus ciudadanos. Gran PIB, escaso bienestar social. Medimos unos parámetros, obviamosotros parámetros. Países hispanoamericanos nos sirven de modelo, pongamos Venezuela, posiblemente de las mayores reservas del mundo. Al otro lado, Guinea Ecuatorial, Nigeria, Libia, Irak o Guyana. Motor muy importante para el crecimiento económico de sus países, ¿pero sus ciudadanos gozan de un estado de bienestar?

Dicho esto, soy partidario de la conveniencia de modificar los indicadores de crecimiento en la economía de manera que refleje en mayor medida la felicidad de los ciudadanos. El bienestar de una sociedad depende de la distribución del PIB, no de su volumen.

En definitiva, retomando el informe que hemos indicado como referencia: El PIB no es erróneo, se utiliza de manera errónea, en particular, cuando aparece como medida de bienestar económico.

Félix Calle. Doctor en Economía y Empresa.

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